"Mi segundo trago de whisky duró exactamente tres minutos, los mismos tres minutos en los que Orson Welles pone en duda las leyes de la física con su primer plano en movimiento"


Ayer volvió a pasar, una vez más. Ayer la volví a ver... Sed de mal, sed de Orson Welles... qué gozada, otra vez todas mis sentidas y nostálgicas neuronas muriéndose de gusto, disfrutando de esos planos oníricos, mareantes, reales... de esos movimientos de cámara que hacen que los espectadores nos convirtamos, casi sin darnos cuenta, en dioses que todo lo ven... 

Como en los viejos tiempos, mis dos mejores amigos -el alcohol y el cine- acudieron de forma innecesaria a rescatarme de un sufrimiento que no lo era. No me opuse a su acción humanitaria. Una olvidada botella de whisky inició la cura, mientras yo, como un autómata, colocaba en la insaciable boca del vídeo la irrepetible  Sed de mal. En esta película, Welles dirige de forma tan inteligente que hasta cae en el detalle de caracterizar a Chalton Heston para que no se parezca a Charlton Heston. Mi segundo trago de whisky duró exactamente tres minutos, los mismos tres minutos en los que Orson Welles pone en duda las leyes de la física con su primer plano en movimiento. A partir de ese momento la tarde se llenó de tranquilidad. El estilo sobrenatural de esa película refleja por sí solo lo más hondo y ambiguo del alma viciada de los humanos, sin que ni siquiera sea necesario analizar con rigor el maravilloso personaje del grasiento policía, paradigma inteligente de lo que todos somos en realidad. La música de Henry Mancini, la decadencia suprema de Marlene Dietrich... y tantos otros elementos ayudaban a configurar con una belleza excesiva, inquietante, la verdadera naturaleza de los sentimientos más íntimos. Supongo que después de haber realizado Macbeth, el espíritu de Shakespeare se había aliado con Welles, no sólo para protegerlo de la industria norteamericana, sino también para darle algunas pistas que lo guiaran con suerte a través del cerebro humano. 

Qué razón tenía Tania, "Era un hombre extraordinario".

(Fragmento de "Duelo entre palabras")

"Siempre es posible sentir simpatía por una persona despreciable, porque la simpatía es humana", dirá Welles a propósito de Quinlan, el policía corrupto de Sed de mal, "de ahí mi tendencia a buscar personas por las que no disimulo en absoluto mi repugnancia"






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